Las puntas de flechas son los primeros testimonios de la presencia de los seres humanos en el paisaje chiapaneco. Las bandas de recolectores y cazadores vagaron por los fríos valles de los Altos y se refugiaron en las grutas y cavernas que habrían de conservar por los siglos su calidad de abrigo y recinto sacro. Esas bandas comienzan un largo recorrido de más de 10 mil años que ha dado a Chiapas un lugar en la historia entre-tejida de México y Centroamérica.
Las selvas y los frondosos manglares de la costa vieron surgir hacia el año 1900 a.C., las primeras aldeas de agricultores y alfareros. Los mokayas, como algunos arqueólogos los han llamado, fueron al parecer un estímulo fundamental para el surgimiento de la primera cultura panmesoamericana, la de los olmecas, que sembraron el territorio de Chiapas, de esculturas y otros artefactos que dan cuenta de su estilo característico. Fueron los primeros en divinizar a los jaguares, anima-les que según la mitología mesoamericana eran la propia encarnación del sol a su paso por el inframundo. En época tan remota como el periodo Preclásico (1800 a.C.-250 d.C.), dos ciudades ya brillan con luz propia marcando con su influencia amplios territorios desde puntos estratégicos: Chiapa, entonces zoque, controlando el paso del río Grijalva y los fértiles valles centrales, e Izapa en la costa, adorando el agua, el cacao y el volcán Tacaná que se levanta imponente sobre ella y la región del Soconusco.
Chiapas no se sustrajo del influjo de Teotihuacan, la metrópolis del altiplano mexicano. Las estelas de Tonalá así lo demuestran. A su caída, acontecimiento que marcó a todo el mundo mesoamericano, son las grandes ciudades mayas las que ascienden a su plenitud. El territorio chiapaneco de la época Clásica está ocupado en su mitad oriental por los mayas, en la occidental por los zoques.
cortapagina Las grandes ciudades mayas como Palenque, Yaxchilán y Toniná construyeron importantes redes de intercambios comerciales y culturales e hicieron de la guerra una actividad sagrada. En medio de la selva, en las montañas, a la orilla de lagos profundamente azules o de los caudalosos ríos, los mayas nos legaron una arquitectura monumental que nos asombra.
Son ciudades hechas para hombres que se consideraban dioses, es el poder transformado en arte sublime. La ciudad de Palenque, el reino de Lakamhá según interpretaciones recientes de los glifos, dominaba desde las montañas a las llanuras por donde corre el Usumacinta. Ahí la arquitectura, la escultura y la cerámica alcanzaron alturas prodigiosas. Todavía re-suenan los nombres de Pakal, que gobernó de 615 a 683 y de su hijo Chan Bahlum. Otros poderosos se-ñores mayas fueron los de Yaxchilán, especialmente Escudo Jaguar y Pájaro Jaguar que construyeron sus magníficos templos a orillas del mismo Usumacinta. Menor en poderío fue Bonampak, pero su señor Chan Mu'an quedó inmortalizado en las pinturas que narran, entre otras cosas, su victoria sobre unos todavía misteriosos enemigos.
El desarrollo de las artes, las matemáticas y la astronomía han hecho famosos a los mayas y los han colocado entre las grandes civilizaciones de la historia. La decadencia y desaparición de sus grandes ciudades —acaecidas hacia el 800 d.C.— es todavía un controvertido enigma. Mucho menos conocidos que los mayas son los zoques clásicos, parientes de los olmecas y cuyo territorio abarcaba amplias zonas de montañas, valles y llanuras costeras del oeste de Chiapas. Las investigaciones futuras nos permitirán conocer a susmagníficas ciudades, que como El Tigre y El Higo, todavía se esconden en la espesura de la selva.
El paso de la época Clásica a la Posclásica, alrededor del año mil, significó muchas convulsiones sociales y movimientos de población a lo largo de Mesoamérica. Entre ellos destaca el de un pueblo de estirpe otomangue, que se asentó a orillas del río Grijalva junto a las ruinas de la antigua ciudad zoque. Se trata de los chiapanecas, habitantes de Chiapan, la gran ciudad del "río de la chía", según el significado de su nombre náhuatl. Chiapan controló un amplio territorio en el centro de Chiapas, entre zoques y mayas, a quienes asolaban, igual que a los mercaderes que recorrían la costa rumbo al enclave del Soconusco que a partir de la conquista de Ahuízotl, en el siglo xv, era parte del imperio azteca.
cortapagina Son los chiapanecas con quienes se enfrentan los conquistadores españoles, primero en 1524, encabezados por Luis Marín, y luego en 1528, cuando Diego de Mazariegos cree haberlos vencido y sojuzgado. Diego de Mazariegos funda en marzo de ese año, a orillas del río, a unas leguas de la Chiapan indígena, su Villa Real de Chiapa, que luego traslada a las pocas semanas a un valle de los Altos donde permanece con el nombre de San Cristóbal de Las Casas. Son Chiapan, la Chiapa de Indios, y la Villa y luego Ciudad Real de Chiapa, la Chiapa de los Españoles, las que darán al paso de los siglos el nombre plural que identifica a la entidad.
El nacimiento de la provincia colonial, con Ciudad Real como capital, está marcado por las rebeliones de los chiapanecas contra su encomendero y la batalla en la que se enfrentaron contra los españoles y sus aliados. La batalla del Sumidero tiene un profundo significado para la identidad chiapaneca. De ella surgió la leyenda que habla del sacrificio, por parte de los autóctonos, ante la posibilidad de la esclavitud y el escudo que Carlos V otorgó a Ciudad Real y que ahora identifica a todo el estado; asimismo, marca el comienzo del ciclo de rebeliones indígenas que serán uno de los motivos recurrentes de la historia chiapaneca.
La conquista militar y política representada por el establecimiento del gobierno provincial y la ciudad española, se vio reforzada, a partir de 1545, con la llegada de los frailes dominicos, iniciadores de la conquista espiritual, encabezados por fray Bartolomé de Las Casas. Son ellos quienes establecen los pueblos de la llamada "República de Indios" de donde derivan muchas de las características del patrimonio cultural de las comunidades actuales: el trazo urbano regular, las fiestas patronales, las devociones a algunos santos, el atuendo que identifica a cada pueblo, la organización social en cofradías, las iglesias coloniales que marcan el paisaje urbano.
La historia colonial chiapaneca está íntimamente vinculada a Centroamérica; tanto la provincia de Chiapa como la de Soconusco, fusionadas en el siglo XVIII, formaron parte de la Capitanía General de Guatemala. El arte colonial chiapaneco es testimonio de esa circunstancia. La arquitectura, la escultura estofada, los retablos dorados tienen en Chiapas un innegable parentesco con el arte de Guatemala.
cortapagina La historia colonial chiapaneca estuvo caracterizada por el aislamiento, la pobreza, un lento proceso de mestizaje que todavía continúa y las cíclicas revueltas. Notables son la resistencia de los lacandones históricos ante la cristianización, las rebeliones de los zoques de Tuxtla de fines del siglo XVII y, sobre todo, el gran alzamiento de los pueblos tzeltales iniciado en Cancuc en 1712 y cuyos efectos se extendieron durante gran parte del siglo XVIII. Injusticia y devoción fueron siempre elementos que incitaron esas rebeliones. La colonia supuso también una ampliación de la diversidad humana y cultural. A los mayas, zoques y chiapanecas se sumaron europeos y africanos que, aunque escasos en número, contribuyeron grandemente a la cultura del estado. A estos últimos, por ejemplo, se debe la difusión de la marimba, el instrumento musical chiapaneco por antonomasia.
Entre 1821 y 1824, transcurre un periodo decisivo que va de la independencia a la federación a México. Chiapas fue la primera provincia centroamericana que proclamó su independencia de España. Los acontecimientos independentistas iniciaron en Comitán el 28 de agosto de 1821 y se confirmaron en San Cristóbal unas semanas después. En Comitán tuvo un destacado papel fray Matías de Córdova, uno de los más ilustres intelectuales de la historia chiapaneca. A la independencia se siguen la unión al imperio de Iturbide, la caída de ese efímero régimen, un fugaz momento de independencia y la definitiva federación a México, lograda el 14 de septiembre de 1824. Chiapas es mexicano por voluntad propia y lo hizo por medio del pacífico y civilizado método del plebiscito.
Desde su erección como entidad federativa, Chiapas ha compartido todos los grandes momentos de la historia de México. Las luchas entre federalistas y centralistas, las de conservadores contra liberales, las intervenciones extranjeras y el juarismo tienen aquí sus representantes. Nombres como Joaquín Miguel Gutiérrez, defensor del federalismo, Ãngel Albino Corzo, quien proclama en Chiapas las Leyes de Re-forma, José Pantaleón Domínguez, general del batallón Chiapas que participó en el sitio de Puebla de 1862, brillaron en la historia chiapaneca del siglo XIX. A mediados de ese siglo, en 1867, otra rebelión conmocionó la vida social y económica del estado: la de los chamulas, hecho recreado en el siglo XX por Rosario Castellanos en su novela Oficio de tinieblas.
cortapagina El porfiriato coincide en Chiapas con la etapa del rabasismo, llamado así por Emilio Rabasa, gobernador y hombre detrás del poder entre 1891 y 1911. La época de Rabasa coincide con la expansión del cultivo del café, particularmente en la región del Soconusco, y el reparto de la Selva Lacandona entre grandes compañías madereras. En 1892, el mismo Rabasa traslada la capital del estado de San Cristóbal de Las Casas a Tuxtla Gutiérrez, lo que supuso un triunfo de los ganaderos y comerciantes de las tierras bajas centrales sobre su rival, la elite sancristobalense.
La revolución en Chiapas, llegada en la tardía fecha de 1914, encarnada en el ejército carrancista, supuso la ruptura de un orden social y económico que giraba en torno de las grandes haciendas y que provenía en parte desde la época colonial. Lo más notable de la época fue la resistencia que opusieron los llamados "mapaches" contra los carrancistas, que eran considerados como un ejército de ocupación. La alianza con Alvaro Obregón, significó que el líder de los mapaches, Tiburcio Fernández Ruiz, fuera ungido, ya en los años veinte del siglo pasado, como el primer gobernador chiapaneco posrevolucionario.
El siglo pasado tuvo también luces y sombras para Chiapas. Por un lado significó el avance de las comunicaciones, la educación, la salud, el reparto agrario, la construcción de grandes hidroeléctricas; pero por otro, el estado permaneció en los últimos lugares de desarrollo social entre los estados de la República. A pesar de ello, su riquísima cultura siguió siendo a lo largo del siglo XX, viva, cambiante y plural, lo mismo en las grandes tradiciones del arte popular que en la literatura y las artes plásticas. Chiapas se convirtió en el gran productor de energía hidroeléctrica pero también de poesía. Jaime Sabines es el mejor ejemplo del caudal poético, inagotable como los ríos. Dos acontecimientos marcaron a la sociedad chiapaneca en los últimos años, uno natural, otro social. El primero fue la erupción del volcán Chichonal en 1982, en tierra de zoques. El otro fue la irrupción de los zapatistas en la escena política de México en 1994.
El siglo XXI es un tiempo de esperanza para los chiapanecos. Es cierto que los problemas y rezagos son todavía muchos, pero también son innegables los avances. Hoy Chiapas sigue siendo la puerta a Centroamérica en la frontera sur de México, pero al mismo tiempo está más cerca que nunca del centro del país, gracias a una creciente red de autopistas y a la apertura, en 2003, del Puente Chiapas que cruza imponente el embalse de la presa de Malpaso. Los chiapanecos, celosos guardianes de sus tradiciones, también son una sociedad a la vanguardia. Los módulos de Gobierno Express, que les permiten hacer trámites y obtener documentos en forma automatizada, creados en la propia entidad, son el mejor ejemplo de ello.